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El mercado internacional del arte se ha convertido en pura máquina de especulación


Lejos parecen quedar los tiempos en los que un coleccionista adquiría en una galería o una subasta una obra de arte para disfrutar diariamente de ella





Son precios totalmente artificiales y las más de las veces disparatados, el mercado del arte contemporáneo se ha convertido en pura máquina de especulación en la que medran con frecuencia los estafadores.

Tal es el caso, por ejemplo, del marchante estadounidense Inigo Philbrick, detenido recientemente por agentes del FBI en la isla de Vanuatu, en el Pacífico, y al que el fiscal del distrito sur de Nueva York acusa de estafa organizada. Según la acusación, Philbrick, de 33 años, engañó a algunos de sus clientes vendiendo a varios de ellos la misma obra o una participación en la misma sin que, en más de un caso, ésta le perteneciese siquiera totalmente.

«No se puede vender a nadie más de un cien por ciento de una obra de arte», declaró el fiscal neoyorquino al denunciar una práctica, al parecer continuada y lucrativa, del presunto estafador.

Hijo de una artista y de un director de museo, Philbrick comenzó a trabajar en 2010, con sólo veinte años, en la conocida galería londinense White Cube, en la que han expuesto artistas hoy multimillonarios como el británico Damien Hirst.


Tres años más tarde, montó su propia galería en la capital británica, donde llegó pronto a alcanzar un volumen anual de negocio de casi 100 millones de libras. Posteriormente saltaría a Miami, otro importante mercado, donde abrió una segunda galería. Al mismo tiempo creó en el paraíso fiscal de Jersey una empresa pantalla, algo muy apropiado para sus operaciones.

El negocio se quebró, sin embargo, cuando la empresa alemana Fine Art Partners, con la que había hecho durante varios años tratos importantes de compraventa, presentó contra él una querella en Miami.

El motivo fue una supuesta falsificación relacionada con un cuadro del artista conceptual italiano Rudolf Stingel que el marchante había comprado por 7,1 millones de dólares para venderlo por 9 millones, pero que terminó subastado por sólo 5,7 millones.

El caso Philbrick resulta sintomático de lo que sucede actualmente en el mercado del arte, un negocio poco transparente en el que proliferan el desmedido afán de lucro, la especulación y el engaño.


Lejos parecen quedar los tiempos en los que un coleccionista adquiría en una galería o una subasta una obra de arte para disfrutar diariamente de ella en su casa o donarla generosamente a algún museo de su ciudad.

Muchas obras que alcanzan hoy precios millonarios en el mercado van provisionalmente a algún puerto franco, donde se guardan fuera de la vista de todos en espera de la próxima oferta.

La actual hiperactividad en el mercado del arte se debe en parte a la llegada de nuevos clientes de Rusia, China, Brasil o los países árabes, que compran un Warhol, un Koons o Basquiat como si se tratara de un yate o cualquier otro objeto de lujo.

Muchos ven en el arte contemporáneo sólo posibilidades de especulación, es decir una forma de obtener rápidamente unas ganancias que no les ofrece hoy ningún depósito bancario.


Philbrick se había especializado en ese tipo de compradores: se dedicaba a lo que se conoce en la jerga profesional como 'art flipping' y que consiste en comprar arte sólo para revenderlo cuanto antes por un precio superior al pagado.

Algo que es legal, pero que propicia toda suerte de engaños ya que muchos compradores no tienen ni idea del valor artístico de lo que se les ofrece y se guían únicamente por el precio: cuanto más alto sea éste, más valor le atribuyen.


fuente: La Opinión de Málaga. Artículo de Joaquín Rábago 09.09.2020

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